lunes, 31 de agosto de 2009

Capítulo V: Destino

Al llegar a su casa, Santiago tomó papel y lápiz y sin reparar un instante en lo que estaba haciendo, comenzó a escribir… Una catarsis fluyó por sus dedos…

Tantas veces escuché hablar del destino; para mi esta escrito,
pero solo nosotros podemos elegir si lo leemos o no, si lo respetamos
o no, si lo seguimos al pié de la letra o lo escribimos de nuevo...
Después de todo, es bueno no saber qué es lo que te espera, lo bueno
de la vida es eso, el no saber si hoy va a ser un gran día o sólo un
jueves como otros... el no saber cuándo vas a conocer al amor de tu
vida, a los verdaderos amigos o esa canción que cambia todo en tu
cabeza... por eso la vida es perfecta, lo malo es que muchos confunden
perfecto con fácil...
Entonces por qué nos pasamos la vida pensando en qué es lo que va a
venir? no seria mucho más fácil vivirla? no es mejor darte la cabeza
contra la pared mil veces y al final ver si valió la pena... en vez de
estar pensando si te va a doler? A veces nos cuesta arriesgarnos, y hoy
me dí cuenta que prefiero llegar al final de mi vida con la
frente llena de cicatrices, orgulloso de haberla vivido... QUE EL
DESTINO SE ENCARGUE DEL RESTO...

Al terminar y leer lo que acababa de escribir, Santiago supo que había firmado un pacto con la vida, con él mismo, con el destino…

Capítulo IV: Vinilos


A Quique y el Oveja

La atmósfera era sensible, frágil; como si fuera un cuadro que podía ser alterado con el más simple movimiento. La música llevaba el compás de las conversaciones; fluía entre las palabras que se acoplaban al volumen del disco de pasta que sonaba en ese momento. Era imposible no distinguir ese sonido a “fritura” que desprendía el roce del vinilo con la púa del viejo tocadiscos, que era seguido muy de cerca por un personaje que escondía su cara tras una barba espesa y negra, y con el cabello hasta los hombros.
El lugar formaba una ele. Frente a la puerta, sobre uno de los extremos, una larga barra sostenía el codo de un joven que tenía la mirada perdida en la música y que movía lentamente la cabeza de lado a lado. En su mano, una copa de vino casi vacía.
Cerca de él, también sobre la barra, se encontraba el caballero que le había pedido fuego, saludándose cordialmente con otro señor.
Las luces eran tenues, y reflejaban suavemente las paredes altas y tapadas con estanterías llenas de bebidas y carteles oxidados, rescatados seguramente de almacenes y talleres de campo.
Unas mesas cubrían algunos sectores del sitio. Sólo una estaba siendo ocupada por una pareja. Estos hablaban de cerca como no queriendo perturbar la paz que envolvía al lugar.
Santiago se acercó a la barra – escuchando sus propios pasos resonar en el piso de madera –.

- Buenas noches
- Buenas noches – replicó el personaje de barba que se encontraba del otro lado –.
- ¿Puede ser una copa de tinto?
- César, ¿le servís una copa al muchacho? – Un hombre de unos cuarenta años se acercó a Santiago y estrechó su mano –.
- ¡Bienvenido! – Dijo sonriendo – ¿Un tinto?
- Por favor

César tenía una presencia alegre y activa. Vestía una camisa blanca, prolijamente desprolija y el pelo corto y ondulado. Sirvió la copa moviéndose al ritmo de
la música, que había pasado desapercibidamente de Blues a Jazz.

- ¡Buena Quique! – Se escuchó desde el otro extremo del bar –.

El encargado de los vinilos levantó su pulgar derecho, aceptando el cumplido.


Pasaron unos minutos y Santiago permaneció en la barra, sumergido en la música y en su mente.
De pronto, el joven que se encontraba en la misma posición que él, le habló:

- No pienses tanto loco.

Al levantar la mirada observó que este muchacho que aparentaba tener unos años más que Santiago, le estaba dirigiendo la mirada.

- Todo bien…
- Andrés, un gusto – dijo el joven de cabello castaño y barba, mientras se
acercaba los escasos pasos que los separaban.
- Santiago, igualmente ché…
- Justo me estoy yendo loco, nos vemos mañana… – y dándole la mano repitió
con un tono amistoso – No pienses tanto… Como dijo Hesse… “Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué había de serme tan difícil?”.

Esa frase golpeó la cabeza de Santiago como un rayo furioso.

- Nos vemos Quique. Hasta luego César.

El muchacho se retiró del bar, llevándose consigo el último anhelo de Santiago de poder dormir esa noche.

Era mucho por ese día… Pagó el vino y se despidió de los dos singulares personajes que atendían.

- Definitivamente va a ser una larga noche – Se aseguró a sí mismo mientras se retiraba de Vinilos –.

domingo, 23 de agosto de 2009

Capítulo III: La primera noche

Al caer el Sol en esa pelea infinita de astros que no tiene principio ni fin, Santiago se encontraba camino a su casa.
Seguía pensando en la sensación que recorría su cuerpo desde la mañana y como si de una máquina se tratase, sus pasos parecían marcar el ritmo de un tango de Piazzolla.
Con las manos en el resguardo de los bolsillos del gamulán gastado por el paso de los años, y la cara -sin expresión alguna del frío que la atravesaba- dejando salir el aire que se transformaba en vapor al abandonar su nariz; Santiago tenia la mirada perdida en su sombra, que se renovaba constantemente al pasar por debajo de las luces que iluminan las calles, pero no la noche.
Esta imagen se repitió durante varias cuadras y a cada paso que daba, se hundía más y más en su mente. Aparentemente esta sucesión de movimientos lo llevaría a su casa, pero muy dentro de él, sabía que no sería así.
Al acercarse a una esquina por donde se repetía la misma situación que en las anteriores - cruzando, algún auto con los vidrios empañados por la calefacción; o la bicicleta de un obrero que, tapado hasta la nariz, regresaba a su casa cansado-; una voz sacó a Santiago de ese trance interno que ya llevaba varios minutos.
Era un sonido diferente a cualquier otro. Era el de unas cuerdas vocales gastadas por el humo, el alcohol, el llanto y la vida, el que retumbó en el universo del joven y lo trajo de vuelta a la realidad…

- Pibe, ¿Tenés fuego?

El joven frenó su marcha como si una pared invisible lo hubiese golpeado. Un escalofrío recorrió su nuca y espalda – no había notado la presencia de este hombre –. Al girar la cabeza observó a una persona de unos sesenta años, con el pelo blanco y peinado hacia atrás. La sombra en la zona inferior de su cara delataba que no se afeitaba hacía unos días. Sus ojos penetrantes miraban al muchacho desde arriba; y su aspecto elegante se reflejaba en un traje gris y antiguo, pero bien cuidado.
Al mirar el pucho que sobresalía por debajo del fino bigote de este caballero, Santiago recordó la pregunta y sacó el encendedor de su bolsillo.

- Se agradece – dijo el hombre, mientras el humo de la primera pitada se escapaba de su nariz y boca –.
- De nada – respondió –.

Tras un pequeño movimiento de su cabeza en señal de saludo, el señor se alejó unos metros e ingresó en un lugar que Santiago recordaba haberlo visto muchas veces desde afuera.
Pensó unos segundos en este personaje; en su voz, su apariencia y su mirada. Supo que era alguien que había vivido mucho. Alguien que estaba preso en sus recuerdos, en sus alegrías y en sus penas; pero que seguía de pié…
Sin dudarlo, siguió sus pasos y se paró frente a la entrada de este local. Levantó la mirada. Un cartel de chapa, sobre la puerta, daba a conocer el nombre del lugar: “Vinilos”


Estiró la mano… y abrió la puerta…

Capítulo II: Ojos de perro

Al salir de la cama, Santiago apoyó por primera vez los pies en el mundo; y como si de un explorador que estuvo encerrado durante 17 años se tratara, tomó el viejo gamulán que había heredado de su abuelo y salió a recorrer el pueblo.
Cuando abandonó la casa, el sol golpeó sus ojos haciendo que éstos se cerraran automáticamente. Le llevó unos segundos acostumbrarse al brillo del día. En ese momento la voz de su conciencia se hizo presente…

– Es la primera vez que usas la vista, no para mirar, sino para ver…

El cielo era de un celeste intenso. Ni una nube se hacía visible, sin embargo la temperatura era muy baja. El invierno ya estaba haciéndose notar.
Al caminar por las calles en las que había crecido, el tiempo pareció ser ajeno a él. No sintió hambre ni cansancio. Solo cuando encendió el último cigarrillo y arrojó el paquete, dedujo que habían pasado varias horas; ya que él no fumaba mucho y casi los diez tabacos con los que había salido de su casa, ya estaban en sus pulmones.
Santiago se encontraba atravesando una plaza y decidió sentarse junto a un árbol a reflexionar.
Fue en ese instante, cuando dos situaciones le llamaron mucho la atención: Comenzó a seguir con la mirada a un perro que deambulaba por el lugar. Por su aspecto sucio y débil, supo que era callejero y andaba buscando algo que comer. De pronto, el animal se cruzó en el camino de un anciano que, al mirarlo, se inclinó levemente y mientras que con su mano izquierda tocaba su propia espalda – como si esa postura le valiera un gran esfuerzo –, con la otra acarició lentamente la cabeza del can durante unos segundos, mientras que de su boca – con una sonrisa – salían algunas palabras que Santiago no pudo escuchar.
El anciano siguió su camino y el perro tras observarlo unos instantes mientras se alejaba, continuó su búsqueda; pero esta vez con una vitalidad alucinante. Ya no se lo veía como un animal callejero, se lo veía feliz…

Al dirigir su mirada hacia los juegos de la plaza, la segunda situación estaba en progreso. Dos niños de aproximadamente cinco años se hamacaban y llamaban a su padre – que se encontraba a escasos metros – para que los vea jugar. El hombre, que llevaba traje y un gran reloj de oro en su mano derecha, estaba hablando por teléfono con un tono alto y nervioso; ignorando por completo la hermosa escena que estaban realizando sus hijos.

– ¡Te dije que presentaras los papeles de Acosta antes de las tres! – decía –. ¡El lunes a primera hora tiene que estar todo sellado!

Pasaron varios minutos, pero todo seguía igual que al comienzo.


Santiago no podía entender la felicidad del perro al recibir una simple caricia y mucho menos la actitud de ese hombre; que lo único que tenía de padre, eran sus hijos…
Lo que sí entendió fue, que definitivamente, prefería al perro…

viernes, 14 de agosto de 2009

Capítulo I: ¡Bienvenido a la vida!

"El día en que comprendemos que podemos morir, dejamos de ser niños”

The Crow


“Estoy liquidado…” Pensó Santiago mientras su cuerpo y su mente volvían a ser uno. Era un nuevo día en la vida de este joven muchacho de 17 años.
El sol parecía que apretaba con fuerza las persianas de su cuarto que solo permitían pasar pequeños ases de luz entre la separación de sus listones.
El pueblo ya estaba en movimiento y sus sonidos habituales se hacían oír: El rugido de los motores de los automóviles se superponía al cantar de los pájaros y al ladrido de algún perro callejero que pasaba cerca. Este crisol de ruidos y sonidos son típicos de un pueblo que está transformándose rápidamente en ciudad. Este crisol de ruidos y sonidos son típicos del pueblo/ciudad de Mercedes.
Aún con lo ojos cerrados, inmóvil en la tranquilidad de la habitación, esta sensación se incrementó en su cabeza durante esos pocos segundos de conciencia pura que fusionan los sueños con la realidad.
Ya no recordaba lo que acababa de soñar, pero ese pensamiento quedo plantado en la cabeza de Santiago, como una semilla impaciente por germinar.
Todavía en su cama, sus ojos verdes se abrieron lentamente. Su mirada había cambiado, trasformándose en una mucho mas profunda. Mirando al techo, aún inmóvil, sus labios repitieron esa frase que había tomado posesión de el.

-Estoy liquidado – dijo murmurando.

Había comenzado la transición. En ese mismo instante Santiago volvió a nacer. No como niño, sino como adulto...



¡Bienvenido a la vida!

Capítulo 0: El Nudo

Sus manos eran dos nudos tan apretados que ni siquiera el agua que caía desde el cielo podía humedecer su interior.
El cielo parecía que lloraba lo que iba a ser su trágico final; pero su mirada completamente perdida en los pasos que daba cada vez mas rápido solamente se desprendía del suelo para mirar al hacia arriba con recelo, especialmente a la luna, que ya había surcado casi todo el negro de la noche y se escondía tras un manto de nubes y lluvia, como sintiendo vergüenza de no haber tenido el coraje de avisarle lo que le había deparado el destino.
Tal vez el lamentarse ya era tarde pero ni el aguacero pudo impedir que Santiago reduzca su marcha hasta simplemente quedarse parado bajo éste, que se volvía cada vez más y más intenso, haciendo que su pelo negro haga surcos de agua a través de su cara.
Sus puños seguían apretados, sin embargo todo su cuerpo ya estaba fundido con las lágrimas que venían desde el cielo, en una única dirección.
Sonrió.

-Y pensar que nosotros hacemos todo lo contrario – su cara volvió a mirar arriba –

La luna estaba un paso más abajo; como queriendo acercársele.
Santiago permaneció quieto y su mirada fija formaba una línea recta entre él y el firmamento. Las gotas parecían querer jugar con él y se metían en sus ojos y boca, haciéndolo, al menos en ese instante, volver a sentirse vivo; como cuando era simplemente un niño.
Sonrió nuevamente.
Al bajar la mirada se sorprendió al ver la luna tan cerca de él. No podía entenderlo pero prácticamente estaba al lado suyo, como queriendo abrazarlo. Su color y su luz lo cegaron y por un momento Santiago volvió al día en que todo comenzó…

Bienvenidos

Bienvenidos a esta pseudo-novela de capítulos cortos que retrata la transición de la juventud hacia la madurez de Santiago...
La versión impresa se publica todos los jueves en "La Oveja Vasca"
Espero lo disfruten tanto como yo...

E