lunes, 31 de agosto de 2009

Capítulo IV: Vinilos


A Quique y el Oveja

La atmósfera era sensible, frágil; como si fuera un cuadro que podía ser alterado con el más simple movimiento. La música llevaba el compás de las conversaciones; fluía entre las palabras que se acoplaban al volumen del disco de pasta que sonaba en ese momento. Era imposible no distinguir ese sonido a “fritura” que desprendía el roce del vinilo con la púa del viejo tocadiscos, que era seguido muy de cerca por un personaje que escondía su cara tras una barba espesa y negra, y con el cabello hasta los hombros.
El lugar formaba una ele. Frente a la puerta, sobre uno de los extremos, una larga barra sostenía el codo de un joven que tenía la mirada perdida en la música y que movía lentamente la cabeza de lado a lado. En su mano, una copa de vino casi vacía.
Cerca de él, también sobre la barra, se encontraba el caballero que le había pedido fuego, saludándose cordialmente con otro señor.
Las luces eran tenues, y reflejaban suavemente las paredes altas y tapadas con estanterías llenas de bebidas y carteles oxidados, rescatados seguramente de almacenes y talleres de campo.
Unas mesas cubrían algunos sectores del sitio. Sólo una estaba siendo ocupada por una pareja. Estos hablaban de cerca como no queriendo perturbar la paz que envolvía al lugar.
Santiago se acercó a la barra – escuchando sus propios pasos resonar en el piso de madera –.

- Buenas noches
- Buenas noches – replicó el personaje de barba que se encontraba del otro lado –.
- ¿Puede ser una copa de tinto?
- César, ¿le servís una copa al muchacho? – Un hombre de unos cuarenta años se acercó a Santiago y estrechó su mano –.
- ¡Bienvenido! – Dijo sonriendo – ¿Un tinto?
- Por favor

César tenía una presencia alegre y activa. Vestía una camisa blanca, prolijamente desprolija y el pelo corto y ondulado. Sirvió la copa moviéndose al ritmo de
la música, que había pasado desapercibidamente de Blues a Jazz.

- ¡Buena Quique! – Se escuchó desde el otro extremo del bar –.

El encargado de los vinilos levantó su pulgar derecho, aceptando el cumplido.


Pasaron unos minutos y Santiago permaneció en la barra, sumergido en la música y en su mente.
De pronto, el joven que se encontraba en la misma posición que él, le habló:

- No pienses tanto loco.

Al levantar la mirada observó que este muchacho que aparentaba tener unos años más que Santiago, le estaba dirigiendo la mirada.

- Todo bien…
- Andrés, un gusto – dijo el joven de cabello castaño y barba, mientras se
acercaba los escasos pasos que los separaban.
- Santiago, igualmente ché…
- Justo me estoy yendo loco, nos vemos mañana… – y dándole la mano repitió
con un tono amistoso – No pienses tanto… Como dijo Hesse… “Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué había de serme tan difícil?”.

Esa frase golpeó la cabeza de Santiago como un rayo furioso.

- Nos vemos Quique. Hasta luego César.

El muchacho se retiró del bar, llevándose consigo el último anhelo de Santiago de poder dormir esa noche.

Era mucho por ese día… Pagó el vino y se despidió de los dos singulares personajes que atendían.

- Definitivamente va a ser una larga noche – Se aseguró a sí mismo mientras se retiraba de Vinilos –.

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